Un enorme reptil extinto que alguna vez se alimentaba de dinosaurios tenía un hocico ancho como el de un caimán, pero debía su éxito a una característica de la que carecen los caimanes modernos: tolerancia al agua salada.
El Deinosuchus fue uno de los cocodrilos más grandes que jamás hayan existido, con un cuerpo casi tan largo como un autobús y dientes del tamaño de plátanos.
Desde hace unos 82 millones hasta 75 millones de años, este superdepredador nadaba en ríos y estuarios de Norteamérica. Su cráneo era ancho y largo, rematado con una protuberancia bulbosa que no se parecía a ninguna estructura craneal observada en otros cocodrilos. Las marcas de dientes en huesos del Cretácico sugieren que el Deinosuchus cazaba o se alimentaba de dinosaurios como carroña.
A pesar de su nombre científico, que se traduce como “cocodrilo del terror”, al Deinosuchus se le ha denominado comúnmente “caimán mayor”, y evaluaciones previas de sus relaciones evolutivas lo agrupaban con los caimanes y sus parientes antiguos. Sin embargo, un nuevo análisis de fósiles, junto con ADN de crocodilianos vivos, como caimanes y cocodrilos, sugiere que el Deinosuchus pertenece a una rama diferente del árbol genealógico de los crocodilianos.
A diferencia de los aligatoroides, el Deinosuchus conservó las glándulas salinas de los crocodilianos ancestrales, lo que le permitió tolerar el agua salada, según informaron científicos el miércoles en la revista Communications Biology. Los cocodrilos modernos poseen estas glándulas, que recolectan y liberan el exceso de cloruro de sodio.
La tolerancia a la sal habría ayudado al Deinosuchus a navegar por la Vía Marítima Interior Occidental que dividió Norteamérica durante una fase de invernadero marcada por el aumento global del nivel del mar. El Deinosuchus podría haberse extendido posteriormente por el continente para habitar marismas costeras a ambos lados del antiguo mar interior y a lo largo de la costa atlántica de Norteamérica.
El árbol genealógico revisado de los crocodilianos, presentado en el nuevo estudio, ofrece nuevas perspectivas sobre la resiliencia climática del grupo e insinúa cómo algunas especies se adaptaron al enfriamiento ambiental mientras que otras se extinguieron.
Gracias a las glándulas salinas que permitían al Deinosuchus desplazarse donde sus primos aligatoroides no podían, el cocodrilo del terror se asentó en hábitats repletos de presas de gran tamaño. El Deinosuchus evolucionó hasta convertirse en un depredador enorme y extendido que dominaba los ecosistemas pantanosos, donde se alimentaba prácticamente de todo lo que deseaba.
“Nadie estaba a salvo en estos humedales cuando el Deinosuchus estaba presente”, declaró el Dr. Márton Rabi, autor principal del estudio y profesor del Instituto de Geociencias de la Universidad de Tubinga (Alemania). “Hablamos de un animal absolutamente monstruoso”, declaró Rabi a CNN.
“Definitivamente, medía unos 8 metros o más de longitud corporal total”.

Un caso atípico entre los caimanes
Desde mediados del siglo XIX, se han encontrado fósiles de Deinosuchus a ambos lados de la antigua vía marítima, pertenecientes al menos a dos especies. El mayor de ellos, Deinosuchus riograndensis, vivió en el lado occidental, a lo largo de la costa este de una isla llamada Laramidia. Limitada al oeste con el océano Pacífico, Laramidia constituía menos de un tercio de la masa continental de Norteamérica. La otra porción insular del continente se conocía como Appalachia.
Si bien el Deinosuchus se había clasificado durante mucho tiempo como pariente de los caimanes, su distribución a ambos lados de esta vasta vía marítima era un enigma sin resolver. Si se trataba de un aligatoroide —un grupo que hoy en día solo vive en agua dulce—, ¿cómo pudo el Deinosuchus cruzar un mar que se extiende más de 1000 kilómetros? Una hipótesis sugería que los primeros caimanes toleraban el agua salada y posteriormente perdieron esta característica. Pero esa interpretación carecía de pruebas suficientes para respaldarla. Se basó únicamente en la inclusión del Deinosuchus en el grupo de los aligatoroides, explicó Rabi.
Otra posible explicación era que el Deinosuchus se dispersó por Norteamérica antes de que se formara la Vía Marítima Interior Occidental y dividiera las poblaciones occidentales y orientales. Sin embargo, el registro fósil no lo confirma. La Vía Marítima apareció hace unos 100 millones de años, lo que la hace aproximadamente 20 millones de años más antigua que los primeros fósiles conocidos de Deinosuchus.
“El panorama no era muy coherente”, comentó Rabi.
Para el nuevo análisis, los investigadores incorporaron datos de crocodilianos extintos que no se incluyeron en los árboles genealógicos anteriores del grupo. Estos “eslabones perdidos” ayudaron al equipo a conectar especies que antes no se consideraban relacionadas y a reconstruir el orden en el que surgieron ciertos rasgos en el grupo.